Sí, lo sé. Llevo mucho tiempo sin escribir. Pero no es novedad. El hecho es que, ya os imaginaréis los que hayáis leído las anteriores entradas, que al volver de nuevo a mi viejo puesto de trabajo, he estado bastante ocupado. Las cosas han cambiado bastante en la oficina y no estoy teniendo tiempo de nada. Pero eso no quita que sigan sucediendo cosas curiosas, graciosas y de echarse las manos a la cabeza, como la historia que hoy vengo a relatar.
Cuando trabajas en una oficina
a turno partido, tienes que buscarte la vida para comer. Las opciones suelen
ser esencialmente 4:
1.- No comer.
2.- Ir a un restaurante.
3.- Te traes tu propia comida (tupperware option).
4.- Te acercas a unos ultramarinos o lo que tengas cerca y compras algo en plan
bocata, ensalada, etc.
Yo, hasta ahora, siempre había
sido de la segunda opción, pero llega un momento en el que necesitas empezar a
comer mejor, y además a final de mes es una pasta, motivo por el que empecé a
hacer una variedad de las opciones 3 y 4 (la opción 1 la hacía cuando estaba en
V y no es buena para la salud, creedme).
El caso es que en la oficina
tenemos en la planta sótano una pequeña cocina, con una barra y banquetas para
comer, varios microondas y una nevera, en la que la gente suele guardar su
comida para que se mantenga en buen estado hasta la hora de comer. Lo normal.
Pero somos muchos los que también guardamos otras cosas, como latas de Monster
o derivados, leche para el café, etc. Yo soy uno de esos.
Aunque parezca contradictorio
(por aquello de ser BOFH, pues bien es sabido que tenemos cafeína en las venas
aunque en mi caso proviene de bebidas energéticas), no soy muy cafetero: me
tomo mi café con leche y galletas para desayunar por la mañana, y ya. Pero
últimamente, y con tanto volumen de estrés y trabajo, me estoy aficionando a
bajar a media mañana y hacerme un cafelito, tanto para recobrar algo de energía
como para despejar la mente un rato (y para despegarme los huevos de los muslos
de tanto estar sentado delante del PC), motivo por el que tengo mis propias
cápsulas de café (tenemos una cafetera común de esas de capsulitas) y mis
propios bricks de leche.
Resulta que en las últimas
semanas me he dado cuenta de que mi brick de leche se gasta a un ritmo que no
corresponde con el número de cafés que yo tomo. A mí, personalmente, no me
importa si algún compañero se echa leche de mi brick porque en ese momento no
tiene, o lo que sea, pero el ritmo al que se gasta últimamente me da a entender
que hay varios compañeros muy adictos al café utilizándolo como si fuera suyo
en plan mesudalapolla: un brick de un litro apenas dura un día.
En la oficina, desde que me
marchara, hay mucha gente nueva. Mucha, de verdad. Algunos se han ido y han
puesto a otros en su lugar, y han metido a tantas personas como mesas hay disponibles,
e incluso han habilitado sitios que antes eran almacén para poner más puestos
de trabajo. Desde luego, parece que a la empresa no le van mal las cosas, y eso
que estaban en crisis, pero ese no es el caso. A lo que voy, es que hay mucha
gente que yo no conocía, y queda muy poca que pudiera tener la confianza
suficiente conmigo como para tomar prestada la leche. Simplemente, algunos
parece que tienen mucho morro y cara dura.
Claro, como no conozco bien a
la mayoría de lusers, lancé la pregunta al aire en lugar de tomar medidas
directamente.
– ¿Alguien está usando un brick
de leche de marca X que está en la nevera?
Silencio absoluto y sepulcral.
Hasta pararon de teclear, pero nadie levantó la patita. Vale, no pasa nada.
Seré buena persona, y lo que haré a partir de ahora será ponerle mi nombre con
indeleble al brick de los cojones. Con letras gigantes para no dar lugar a la
confusión.
Estuve así tres días y el brick
seguía bajando a la misma velocidad, así que esa medida no surtió ningún
efecto. Bueno, pues nada, llegó la hora de pasar a tomar medidas de verdad.
Me acerqué al C4 Express de
siempre, y compré un nuevo brick de leche, en este caso de una marca conocida
de supuesta gama alta, en lugar de la de marca blanca que solía adquirir. Si la
voy a liar, que sea con productos de buena calidad. Luego fui a la farmacia que
hay cerca del curro, y compré un compuesto derivado del polietilenglicol, de
buena marca eso sí, por el mismo motivo. Volví al trabajo, me preparé un café
con el nuevo brick de leche, y mientras lo degustaba escrubí con
letras gigantes “PELIGRO, NO BEBER”, cerciorándome que todos los de mi
alrededor me vieran hacerlo. Esperé a que se quedara vacía la cocina y eché el
compuesto de polietilenglicol dentro del brick, no sin antes leer el prospecto
y consultar en internet sobre la dosis más efectiva que no fuera dañina, en
proporción a la cantidad de líquido. Pretendo darle una lección a alguien, pero
no provocar una desgracia.
Y ahora, a esperar. Aunque no
tuve que esperar demasiado. Puesto que pocos minutos después de terminar la
hora de la comida, comenzó un curioso desfile hacia el baño. Primero una chica,
y tardaba en salir así que la siguiente que quiso entrar, tuvo que esperar. Por
suerte o por desgracia solo hay un único baño en la planta de la oficina, así
que unos cinco minutos después había una cola de dos compañeras más en la
puerta del baño, todas bastante pálidas y que se movían de forma nerviosa. Una
de ellas no aguantaba más, y decidió bajar al baño del bar, pero algo debió de
sucederle en los intestinos que se paró de golpe bajando la escalera, no sin
antes soltar un grito de agonía.
Podéis imaginaros lo que le
había sucedido (ni los sándwiches
de cangrejo funcionan mejor).
Finalmente, todas las
compañeras pudieron evacuar de una u otra manera. Yo bajé a la cocina a ver el
estado del brick. No solo estaba vacío, sino que se habían molestado en
aplastarlo y tirarlo a la basura. Con sus dos cojonacos, se lo terminaron, y
solo 3 horas después de comprarlo. Al volver a subir, comentaban que quizás es
que habían comido algo en mal estado, y poniendo mi mejor cara de absoluta
preocupación, pregunté:
– Oye, ¿no os habréis bebido
vosotras el brick de leche que había en la nevera con el cartel gigante de
“PELIGRO, NO BEBER”, ¿verdad?
– Bueno, sí que nos echamos un poquito en el café… – claro, un poquito es
terminarte un brick de litro con 3 cafés, ¿eh?
– Es decir, que además de mentir y robar, ni siquiera sabéis leer, ¿verdad?
¿sabéis lo que habéis bebido?
– Leche… sabía bien…- responde otra de ellas.
– Ni parecido. Os recomiendo ir ahora mismo a urgencias a que os hagan un
lavado de estómago. – las tres ponen cara de preocupación. – decidles que
habéis bebido un compuesto de glúcidos, materia grasa y proteínas con
polietilenglicol, y les contáis todos los síntomas.
Se me quedan mirando las tres,
nuevamente con la palidez retornada a sus rostros, y los ojos como platos.
– ¡RÁPIDO!
Creo que estas no vuelven a
coger nada que no sea suyo en la vida, MWAHAHAHAHAHA!
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