miércoles, 23 de febrero de 2022

Historias cortas BOFH: nunca cojas lo que no es tuyo

Sí, lo sé. Llevo mucho tiempo sin escribir. Pero no es novedad. El hecho es que, ya os imaginaréis los que hayáis leído las anteriores entradas, que al volver de nuevo a mi viejo puesto de trabajo, he estado bastante ocupado. Las cosas han cambiado bastante en la oficina y no estoy teniendo tiempo de nada. Pero eso no quita que sigan sucediendo cosas curiosas, graciosas y de echarse las manos a la cabeza, como la historia que hoy vengo a relatar.

 

Cuando trabajas en una oficina a turno partido, tienes que buscarte la vida para comer. Las opciones suelen ser esencialmente 4:

 

1.- No comer.
2.- Ir a un restaurante.
3.- Te traes tu propia comida (tupperware option).
4.- Te acercas a unos ultramarinos o lo que tengas cerca y compras algo en plan bocata, ensalada, etc.

 

Yo, hasta ahora, siempre había sido de la segunda opción, pero llega un momento en el que necesitas empezar a comer mejor, y además a final de mes es una pasta, motivo por el que empecé a hacer una variedad de las opciones 3 y 4 (la opción 1 la hacía cuando estaba en V y no es buena para la salud, creedme).

 

El caso es que en la oficina tenemos en la planta sótano una pequeña cocina, con una barra y banquetas para comer, varios microondas y una nevera, en la que la gente suele guardar su comida para que se mantenga en buen estado hasta la hora de comer. Lo normal. Pero somos muchos los que también guardamos otras cosas, como latas de Monster o derivados, leche para el café, etc. Yo soy uno de esos.

 

Aunque parezca contradictorio (por aquello de ser BOFH, pues bien es sabido que tenemos cafeína en las venas aunque en mi caso proviene de bebidas energéticas), no soy muy cafetero: me tomo mi café con leche y galletas para desayunar por la mañana, y ya. Pero últimamente, y con tanto volumen de estrés y trabajo, me estoy aficionando a bajar a media mañana y hacerme un cafelito, tanto para recobrar algo de energía como para despejar la mente un rato (y para despegarme los huevos de los muslos de tanto estar sentado delante del PC), motivo por el que tengo mis propias cápsulas de café (tenemos una cafetera común de esas de capsulitas) y mis propios bricks de leche.

Resulta que en las últimas semanas me he dado cuenta de que mi brick de leche se gasta a un ritmo que no corresponde con el número de cafés que yo tomo. A mí, personalmente, no me importa si algún compañero se echa leche de mi brick porque en ese momento no tiene, o lo que sea, pero el ritmo al que se gasta últimamente me da a entender que hay varios compañeros muy adictos al café utilizándolo como si fuera suyo en plan mesudalapolla: un brick de un litro apenas dura un día.

 

En la oficina, desde que me marchara, hay mucha gente nueva. Mucha, de verdad. Algunos se han ido y han puesto a otros en su lugar, y han metido a tantas personas como mesas hay disponibles, e incluso han habilitado sitios que antes eran almacén para poner más puestos de trabajo. Desde luego, parece que a la empresa no le van mal las cosas, y eso que estaban en crisis, pero ese no es el caso. A lo que voy, es que hay mucha gente que yo no conocía, y queda muy poca que pudiera tener la confianza suficiente conmigo como para tomar prestada la leche. Simplemente, algunos parece que tienen mucho morro y cara dura.

 

Claro, como no conozco bien a la mayoría de lusers, lancé la pregunta al aire en lugar de tomar medidas directamente.

 

– ¿Alguien está usando un brick de leche de marca X que está en la nevera?

Silencio absoluto y sepulcral. Hasta pararon de teclear, pero nadie levantó la patita. Vale, no pasa nada. Seré buena persona, y lo que haré a partir de ahora será ponerle mi nombre con indeleble al brick de los cojones. Con letras gigantes para no dar lugar a la confusión.

 

Estuve así tres días y el brick seguía bajando a la misma velocidad, así que esa medida no surtió ningún efecto. Bueno, pues nada, llegó la hora de pasar a tomar medidas de verdad.

 

Me acerqué al C4 Express de siempre, y compré un nuevo brick de leche, en este caso de una marca conocida de supuesta gama alta, en lugar de la de marca blanca que solía adquirir. Si la voy a liar, que sea con productos de buena calidad. Luego fui a la farmacia que hay cerca del curro, y compré un compuesto derivado del polietilenglicol, de buena marca eso sí, por el mismo motivo. Volví al trabajo, me preparé un café con el nuevo brick de leche, y mientras lo degustaba escrubí con letras gigantes “PELIGRO, NO BEBER”, cerciorándome que todos los de mi alrededor me vieran hacerlo. Esperé a que se quedara vacía la cocina y eché el compuesto de polietilenglicol dentro del brick, no sin antes leer el prospecto y consultar en internet sobre la dosis más efectiva que no fuera dañina, en proporción a la cantidad de líquido. Pretendo darle una lección a alguien, pero no provocar una desgracia.

 

Y ahora, a esperar. Aunque no tuve que esperar demasiado. Puesto que pocos minutos después de terminar la hora de la comida, comenzó un curioso desfile hacia el baño. Primero una chica, y tardaba en salir así que la siguiente que quiso entrar, tuvo que esperar. Por suerte o por desgracia solo hay un único baño en la planta de la oficina, así que unos cinco minutos después había una cola de dos compañeras más en la puerta del baño, todas bastante pálidas y que se movían de forma nerviosa. Una de ellas no aguantaba más, y decidió bajar al baño del bar, pero algo debió de sucederle en los intestinos que se paró de golpe bajando la escalera, no sin antes soltar un grito de agonía.

 

Podéis imaginaros lo que le había sucedido (ni los sándwiches de cangrejo funcionan mejor).

 

Finalmente, todas las compañeras pudieron evacuar de una u otra manera. Yo bajé a la cocina a ver el estado del brick. No solo estaba vacío, sino que se habían molestado en aplastarlo y tirarlo a la basura. Con sus dos cojonacos, se lo terminaron, y solo 3 horas después de comprarlo. Al volver a subir, comentaban que quizás es que habían comido algo en mal estado, y poniendo mi mejor cara de absoluta preocupación, pregunté:

 

– Oye, ¿no os habréis bebido vosotras el brick de leche que había en la nevera con el cartel gigante de “PELIGRO, NO BEBER”, ¿verdad?
– Bueno, sí que nos echamos un poquito en el café… – claro, un poquito es terminarte un brick de litro con 3 cafés, ¿eh?
– Es decir, que además de mentir y robar, ni siquiera sabéis leer, ¿verdad? ¿sabéis lo que habéis bebido?
– Leche… sabía bien…- responde otra de ellas.
– Ni parecido. Os recomiendo ir ahora mismo a urgencias a que os hagan un lavado de estómago. – las tres ponen cara de preocupación. – decidles que habéis bebido un compuesto de glúcidos, materia grasa y proteínas con polietilenglicol, y les contáis todos los síntomas.

 

Se me quedan mirando las tres, nuevamente con la palidez retornada a sus rostros, y los ojos como platos.

 

– ¡RÁPIDO!

 

Creo que estas no vuelven a coger nada que no sea suyo en la vida, MWAHAHAHAHAHA!

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